La adopción de Teko

14-02-2013

 

 Siempre he querido tener un perro. Desde bien pequeña, desde que tengo uso de razón soñaba con un perro. En un principio mi madre pensaba que era cosa de niños y que, con el tiempo, se me pasaría el capricho. Sin embargo, después de casi treinta años sin cambiar de opinión, supongo que empezó a pensar que la cosa iba en serio. De todas formas, ella no ha sido, ni mucho menos, la razón por la que no había podido cumplir mi deseo, ya que una fuerte alergia me impedía entrar en contacto con cualquier animal con pelo: desde un hámster hasta un caballo, pasando por gatos y perros de cualquier tamaño o raza. Ni siquiera podía estar mucho tiempo en casa de mis amigas si ellas tenían estos tipos de mascota. Recuerdo que una vez tuvieron que llevarme a Urgencias con una crisis asmática por haber acariciado a un pastor alemán.

Con todo esto, pregunté a varios médicos especialistas posibles soluciones, me vacuné durante años, probé toda clase de antihistamínicos… También intenté entrar en contacto con las razas que, dicen, son menos nocivas para los alérgicos: chihuaha, yorkshire, pomerania, perro de aguas… Y nada; mi reacción, en mayor o menor medida, siempre era la misma: estornudos, lagrimeo, picor de ojos y, finalmente, crisis asmática.

Tengo que decir que, afortunadamente, con las plumas de las aves nunca he tenido ningún problema de intolerancia. Así que, desde niña, he tenido periquitos y agapornis, a los que adiestraba y mantenía fuera de la jaula varias horas al día. Tuve un periquito que vivió durante trece años y que era uno más de la familia y, actualmente, un agapornis que ya tiene seis años me acompaña en las tareas domésticas, en las horas de estudio… Colocado en el hombro o encima de algún mueble, me sigue por todas las habitaciones de la casa.

Aún así, nunca me he quitado de la cabeza la idea de tener un perro y decidí volver a probar suerte. Pensé que, tal vez, alguna protectora estaría dispuesta a dejarme alguno de sus animales en acogida, para ver cuál era mi reacción y con la esperanza de que, con el tiempo, la alergia me hubiera disminuido. La casualidad quiso que un sábado por la mañana, paseando por el Mercado, viera la parada de Adoptamics y me acercara a curiosear. Ellos me mostraron los perros más adecuados para mí, por su tamaño y características, y se ofrecieron a dejarme a alguno de ellos durante el fin de semana. Me enseñaron el álbum de fotos y me recomendaron que probara con Teko, un perro larguirucho de un año y tres meses que había sido operado de una pata trasera. Mi idea inicial era tenerlo conmigo un par de días para ver cuál era mi reacción y seguir probando con diferentes razas.

Pero Teko ya no volvió a la Protectora. Era un animal tan bueno y tan agradecido que mis padres (que nunca habían pensado tener un perro) me dijeron que no me preocupara, que si a mí me daba alergia, ellos se lo quedaban. Con lo cual, el domingo por la noche pude dormir tranquila sabiendo que, de una manera o de otra, lo iba a tener conmigo, pues no quería ni pensar en la posibilidad de que regresara al Albergue (aunque sé que allí los cuidan muy bien).

Hace ya más de tres meses de esto y sigo encantada con Teko. Debo seguir una serie de medidas higiénicas especiales: nunca entro en mi dormitorio con la ropa que he llevado durante el día; cuando lo cepillo lo hago al aire libre y con mascarilla, aspiro bien los sitios en los que ha estado… Pero como “sarna con gusto no pica”, pues no me ocasiona ningún problema hacer nada de esto. Además, parece que poco a poco se van reduciendo los síntomas alérgicos y cada vez estoy mejor. Aunque pensaba que era imposible porque mi intolerancia era muy fuerte, parece ser que me estoy inmunizando a su pelo (otros perros me siguen provocando una gran reacción).

“El chucho callejero”, “el perro de marca blanca” (como lo llama mi tía burlándose cariñosamente de que no tenga raza), no ha tardado en convertirse en un compañero inseparable. Lo llevo conmigo siempre que puedo y él parece estar encantado con tanto paseo. Le encanta ir en coche (y eso que al principio me costaba horrores subirlo); me hace mucha compañía cuando salgo a caminar y los dos solemos andar al menos una hora al día; a menudo lo llevo a la playa y le encanta correr por la arena, aunque el agua aún no la ha probado (demasiado fría, supongo); y nunca se va a dormir sin su rana de peluche. Y yo, cuando lo acaricio, aún no me puedo creer que no tenga que ir corriendo a ponerme el inhalador.

Teko es muy noble y agradecido: siempre que haces algo por él, te lame la mano con cariño en señal de agradecimiento. Cuando le pones el pienso, aunque esté muerto de hambre, prefiere seguirte por toda la casa a estar saboreando tranquilamente su plato de comida. Es como si quisiera asegurarse de que no te vas, de que no le abandonas o de que no se pierde. Y, si alguna vez hay que reñirle por algo, enseguida agacha la cabeza y hace caso sin protestar (eso sí, sabe poner unos ojitos redondos y una cara de pena que cuesta muchísimo no ceder).

En fin, que cuando la gente me dice: “Vaya suerte ha tenido este perro”. Yo siempre pienso: “No, la suerte la he tenido yo con él”.

Finalmente, me gustaría agradecer a los voluntarios de Adoptamics la estupenda labor que realizan en el Albergue, en especial a Laura y a Elena que, por circunstancias “perrunas” han estado en contacto conmigo durante los últimos meses. Ojala algún día las protectoras no tengan que existir, porque significaría que ningún animal ha sido maltratado o abandonado. Hasta entonces, espero que siga habiendo por el mundo personas como vosotras. Teko, Lukas y yo os lo agradeceremos siempre.
 

 

Autor: Belén Cantó