Terra
17-10-2009
La llamé Terra por el color grisáceo y marrón de su pelo y, sobre todo, por las condiciones en que esta gatita fue encontrada. Terra estaba enterrada junto a sus cuatro hermanos en la tierra de un polideportivo con el único y vil propósito de acabar muriendo asfixiada teniendo solamente unas semanas de vida. Un buen señor los encontró con el último halo de vida y nos los trajo pero, desgraciadamente, la única que sobrevivió fue ella.
Terra llegó a la clínica totalmente desnutrida, heladita de frío y con mucha hambre. De inmediato comenzó a comer a través de una jeringuilla porque ella, que había luchado por sobrevivir allí enterrada, quería seguir viviendo. Me la traje a casa y durante el trayecto a casa maullaba quejosamente como el bebé gatuno que era. Yo pensaba: “Ésta gatita tiene mucha vida por delante”. Se la presenté a mis compañeros de piso gatunos pero, como suele ser habitual, éstos no le dieron una cálida bienvenida.
Le preparé lo que iba a ser su nueva camita: un mullido e improvisado colchón de agua caliente forrado con una mantita afelpada; al que también le había añadido un flexo para que no le faltara calor –nada que ver con la fría tierra de la que procedía-. Le di de nuevo de comer y la arropé como si de un bebé se tratara.
Aquella noche no dormí bien: me despertaba pensando en cómo estaría mi nueva inquilina. Y de buena mañana preparé la leche calentita y me la encontré mucho más dormida que la noche anterior, más apagada, con menos vida. Pensé que simplemente estaría cansada pero no, estaba muy débil y me asusté un poco. La forcé a comer pero apenas comió. Pensé que sería normal y me fui.
Cuando volví estaba peor: apenas se mantenía en pie, apenas se quejaba y no podía tragar. Aquello pintaba muy mal: Terra estaba cada vez más fría. La metí en el transportín envuelta en su mantita y me la llevé al veterinario. Pensé que le pondrían algún suero, algún tratamiento pero no, era demasiado tarde para Terra: ya estaba agonizando y no se pudo hacer nada por ella. Y allí murió Terra. Terra tan sólo pudo disfrutar de un día feliz en mi casa pero al menos me queda el consuelo que no murió allí en medio de la fría tierra ahogada como sus hermanitos.
Y no tengo foto para mostraros pero yo no me olvido de sus ojos diminutos pero tan bien formaditos, de su pelo gris, de su colita de ratón, de sus dientecitos tan bien colocaditos. Y tampoco me olvido de aquél que quiso que Terra y sus hermanos acabaran así de esta manera tan despiadada porque mientras haya gente que maltrate a los animales y los trate como si fueran cosas y no como seres con vida; nunca podremos progresar. Me viene a la cabeza una canción ahora: “Vale, una vida lo que un sol, vale…” Ése no se sabía la canción.
Carmen R.
Autor: Carmen Rizo Sánchez